lunes, 12 de agosto de 2013

CONSTRUYENDO UN AMOR SÓLIDO


Un amor maduro
Lo mejor que puedes ofrecer a quien amas es el esfuerzo por ser mejor cada día
 
En el noviazgo se requiere también de un espíritu de auto-superación. La lucha sincera contra los propios defectos y sus manifestaciones, tratando de mejorar en cuanto sea posible. Lo mejor que un joven puede ofrecer a quien ama es el esfuerzo por ser mejor cada día, en todos los sentidos. 

El amor maduro, la adhesión profunda al otro como persona querida en su integridad, produce siempre el deseo sincero de ayudarle respetuosamente a alcanzar su verdadero bien. Hay mil modos de ayudar a la pareja, manteniendo el necesario respeto de su libertad: el ejemplo personal, una palabra de estímulo, el diálogo franco que invita a superar los defectos y límites superables... 

Finalmente, el amor verdadero lleva al deseo sincero de superarse como pareja, de crecer en el amor, viviendo una relación profundamente humana y cristiana. 

Ese deseo se traducirá en un esfuerzo por elevar el mutuo amor, procurando que sea cada vez un amor más auténtico; es decir un amor en el que se integren realmente los tres niveles del ser humano: el nivel físico, el psicosocial y el espiritual. 

Por lo tanto, superarse como pareja significa tratar de no reducir a una relación puramente sentimental. Los sentimientos son importantes, pero no son la esencia del amor; un noviazgo construido sólo sobre emociones y sensaciones sentimentales llevará al fracaso, precisamente por la inestabilidad y "ceguera" propia de los sentimientos. Vive de sentimientos la pareja que reduce sus relaciones a un sentirse a gusto juntos, hablar de cosas superficiales, adulándose mutuamente, sin pensar juntos con seriedad en el futuro, sin dialogar maduramente dándose a conocer uno al otro y tratando de amarse en profundidad, como personas, tal cual son. 

Más grave todavía es el riesgo de reducir sus relaciones a la dimensión física, puramente sexual, o dejar que sea ella la que predomine y constituya el interés fundamental de la pareja. El sexo, elemento integrante del amor matrimonial, no constituye el centro de la persona, y por lo tanto tampoco es la esencia del amor, adhesión personal y libre al otro en su integridad. Tanto que el sexo puede convertirse, en vez de expresión de amor, en puro egoísmo.

En efecto, la sexualidad humana es un fenómeno cargado de ambigüedad. Por una parte entraña la donación en la propia intimidad al otro, y contiene en sí el bellísimo significado de la apertura a nuevas vidas. Dice, pues, donación, generosidad, entrega de algo de sí al otro y a los hijos que puedan venir a la vida por ese acto de amor. Pero, al mismo tiempo la sexualidad se ve acompañada por un placer intenso, absorbente, pasional, que puede ofuscar su dimensión de donación convirtiéndose en pura búsqueda del goce personal. En la vida sexual el ser humano siente profundamente esa tensión entre el darse al otro y el encontrar en él un placer personal. Los dos polos de la tensión son el sí buenos, sagrados, en cuanto queridos por el Creador. Pero el desorden introducido por el pecado hace que no sea difícil que la tensión se resuelva en el puro egoísmo, a veces brutal.

De ahí que siempre, en todas las culturas, se vea en la sexualidad cierta problematicidad, y hasta dramaticidad. En todas ellas el uso de la sexualidad está rodeado de una serie variadísima de reflexiones sobre el pecado sexual, tabúes, reglas y límites, intentos de ordenar algo que tiene gran importancia pero que parece escaparse siempre de las manos. 
 Fuente: es.catholic.net